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“Te sorprenderá la cantidad de información perjudicial que hay sobre la gente. El año pasado, Noah y yo defendimos a un hospital local contra un empleado que afirmaba que no podía trabajar porque tenía un miedo debilitante a que el edificio fuera tóxico, aunque los resultados de los estudios ambientales demostraban que no lo era. Pero él decía que experimentaba todos los síntomas del síndrome del edificio enfermo cada vez que venía a trabajar”.
Esperó un minuto para dejar que sus colegas se burlaran y rieran con sorna. Ahora resultaba absurdo, pero en aquel momento el centro médico se había enfrentado a una demanda de siete cifras y el caso no tenía nada de divertido.
Continuó: “El abogado del demandante contrató a un médico de Nuevo México que se autoproclamaba experto en la materia. Una búsqueda de tres minutos en Google reveló una decisión de la junta médica estatal por la que se revocaba su licencia médica, una investigación del Departamento de Justicia sobre un posible fraude a Medicare por la facturación falsa de tratamientos inexistentes, y una decisión de un tribunal federal que le prohibía testificar porque consideraba su opinión como ciencia basura. Después de una declaración muy entretenida del buen doctor, el demandante desistió voluntariamente con perjuicio a cambio de que no presentáramos una moción de sanciones y honorarios. ¿Habríamos servido realmente a los intereses de un hospital local en ese caso si no hubiéramos investigado a fondo a nuestro oponente? Por supuesto que no”.