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“Noah, teléfono. Teléfono, en realidad”. Le sacudió el antebrazo con más fuerza.
Noah se puso en marcha y empujó sus anteojos de lectura, que se habían deslizado por su nariz, hacia el puente. Tomó su teléfono móvil y le pasó el teléfono de la casa a Laura para que se ocupara de él. Entrecerrando los ojos en la pantalla, reconoció el número de la oficina de Sasha McCandless.
“Mac, más despacio,” dijo por encima del torrente de palabras que salían de su socio mayoritario. Luego se sentó, en silencio, escuchando, con los hombros caídos por el peso de lo que decía Sasha.
Laura le tiró de la manga, cubriendo el micrófono con la mano, y el escenario susurró: “Es Bob Metz”.
Noah asintió. Metz era el consejero general de Hemisphere Air.
“Mac, Metz está en mi línea de casa. No te muevas. Prepara un poco de café. Te veré pronto”. Cerró el teléfono.
Laura le entregó el teléfono de la casa y él se dirigió a su armario para vestirse mientras aplacaba al atribulado hombre al otro lado de la línea.
Una suave y cálida luz descendía de los apliques de latón que se situaban a cada lado del cabecero, bañando a Laura en un romántico resplandor. Había pagado una suma principesca por aquella atractiva iluminación, pero rara vez se utilizaba para el fin previsto. En retrospectiva, la luz de lectura habría sido más útil. Se acercó para reclamar el centro de la cama de matrimonio, con sus sábanas de gran número de hilos y sus mantas de cachemira; parecía que esta noche iba a tener el lujo para ella sola. Otra vez. Abrió su libro en el lugar marcado para reanudar la lectura.