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Cuando di mi primer paso nadie se alegró, cuando dije mi primera palabra nadie se emocionó. ¿Quién se podría emocionar si para ellos no existía? Era algo nulo, ni siquiera un bulto en esa casa. Alguien que nunca estuvo en sus prioridades.
Cuando cumplí cinco años, nadie me hizo una fiesta, nadie me felicito, nadie se acordó de mí, pero lo comprendía, pues nadie me amaba. Ella fue la única que se acercó.
La recuerdo. Claro que la recuerdo. Con su blusa color rosa, peinada como si fuesen cachos, sus labios rojos, sus ojos negros, su sonrisa que me inspiraba seguir viviendo.
Ella se empezó a convertir en la razón de mi existencia, era por ella que me mantenía con vida en aquella casa, era ella la que me hacía suspirar; era ella la que me hacía soñar, ella fue la única que me felicitó y que me dio un beso como regalo y me dijo Te quiero mucho. Y desde ese día supe que ella sería para mí. Que sería mi esposa para toda la vida.
Sí, era un niño con sueños de niño, un niño que amaba con amor de niño; un niño que se aferraba a ella porque era la única que le brindaba atención. Un niño que deseaba amor.