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En 1915, Australia adoptó el Acuerdo sobre las Aguas del río Murray, en el que los estados río arriba garantizaban caudales mínimos río abajo, y el resto se dividía en partes iguales. Eso, a su vez, inició una gran cantidad de construcciones: represas, diques, esclusas y otras obras hidráulicas que dejaron al Murray y su principal afluente, el Darling, como poco más que un sistema hidráulico.

A finales del siglo xx, el Murray-Darling proporcionaba la mayoría del agua de riego de Australia. Como gran parte de nuestra agricultura depende del riego, tuvimos que chupar hasta la última gota del Murray-Darling; de hecho, lo chupamos hasta dejarlo seco. Para el año 2000, habíamos consumido más de tres cuartas partes del caudal del río, tanto que su desembocadura comenzó a sedimentarse. El bajo Murray se volvió peligrosamente salado y las carpas no nativas expulsaron a los peces nativos, con lo que varias especies fueron exterminadas. El río se encontró tan amenazado que los funcionarios australianos desecharon el antiguo pacto y lo reemplazaron por un nuevo acuerdo. Contenía algunas disposiciones radicales que prometían salvar el río, si algo se podía hacer: los regantes ya no recibirían subsidios federales y tendrían que pagar más, lo cual los disuadió de usar el agua del río. Los agricultores, y no los contribuyentes, pagarían para mantener la infraestructura del río. El uso del agua para preservar el medio ambiente recibiría la misma prioridad que los usos comerciales. Los agricultores y los regantes podrían intercambiar agua tanto dentro de los estados como entre ellos. El acuerdo colocó a Australia por delante de la mayoría de los países en la gestión del agua, pero, viéndolo en retrospectiva, estas medidas resultaron ser insuficientes y se aplicaron demasiado tarde.

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