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Con una palmada en la espalda y una promesa de estar en contacto, Ozgood dejó solo a Slim, haciendo girar el coche con mala cara ante las zarzas del arcén y volviéndose cautelosamente por donde había venido.

La granja no parecía muy impresionante desde el exterior, con zarzas creciendo en un lado hasta abrirse paso sobre un espacio techado y una grieta en una ventana de la fachada, tal vez por el impacto de un pájaro. Sin embargo, tenía electricidad y agua caliente y una estufa de gas y Ozgood había previsto un envío semanal de comida para que Slim estuviera abastecido durante la investigación.

También había bichos escondidos detrás de un tablero, en un zócalo en el pequeño cuarto de estar y en una estatua de madera de un zorro en el dormitorio. Alta calidad, mucho más nueva y cara de la que nunca tuvo Slim en el ejército o en casos anteriores, un lugar tranquilo donde se podía oír caer un alfiler o dar un suspiro.

Fuera cual fuese la razón por la que Ozgood pensara tener que controlar a Slim, este prefería trabajar en privado, así que rellenó con vaselina todos los micrófonos para amortiguar el sonido hasta hacerlo casi inaudible. Ozgood tardaría en darse cuenta de lo que había ocurrido, tal vez el suficiente como para generar una confianza mutua.

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