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—Además —añadió Ozgood, después de una larga pausa—, nunca me gustó la idea de matar a alguien.
Slim pensó en cómo hacer la próxima pregunta, pero no tenía sentido tratar de esquivarla. Sabía del asesinato y Ozgood sabía que lo sabía.
—Y, aun así, descubrió lo que se siente. El hombre que se supone que le chantajea murió supuestamente por su culpa. ¿Puede contarme algo de eso?
Ozgood se echó atrás en su silla y se frotó pensativo el mentón.
—Me preguntaba cuánto tardaría en preguntármelo, Mr. Hardy.
—Creo que es mejor sacar primero lo peor —dijo Slim—. Luego puede continuar. Trabajar para un asesino es una novedad para mí, pero es un desafío que no estoy en situación de rechazar.
Ozgood hizo una mueca ante la mención de la palabra «asesino». Luego frunció el ceño, apretó sus ojos cerrados y se frotó las sienes como si se diera un masaje contra un repentino dolor de cabeza.
Sin mirar hacia arriba ni abrir los ojos, dijo:
—Sé todo acerca de su condena.
Slim alzó una ceja.
—¿Perdone?
Ozgood le miró y mantuvo la mirada de Slim hasta que Slim se preguntó si tenía que apartarla. Ozgood la apartó primero, pero de una manera cansada e indiferente que no dejó a Slim una sensación de dominio, solo de que había desaparecido un nudo corredizo alrededor de su cuello durante un poco más de tiempo.