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Slim, tras volver a su ruina zozobrante el tiempo suficiente como para llenar dos maletas con todo lo que tenía, desempacó sus pertenencias en un mueble con varios cajones. Tras llenar solo los dos superiores de los tres que tenía, se estremeció por lo ligera y provisional que era ahora su vida. Podía desaparecer en un momento sin dejar ningún rastro.
Tal vez ese fuera el plan. Slim no era tan ingenuo como para confiar del todo en Ozgood y estaba claro que el terrateniente pensaba lo mismo. Era una desconfianza mutua que probablemente beneficiara a ambos.
Slim acabó de vaciar las maletas y salió de la casa. Mientras cerraba la puerta, le llegó un crujido de los árboles de al lado de la casa y un hombre entró en el camino.
Unos ojos legañosos lo miraban y una boca casi desdentada le sonreía.
—Me llamo Croad —dijo el recién llegado—. El jefe me dijo que le mostrara el lugar.
4
Capítulo Cuatro
Desvencijado como el techo de un viejo pajar, Croad era una edad indeterminada, pero, por su pasión por el fútbol de los ochenta, Slim adivinó que su nuevo guía tendría unos cincuenta años.