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Slim asintió. Tomó la linterna y apuntó hacía la oscuridad. Las siluetas de objetos de cocina en descomposición aparecían en medio de la vegetación. Pisando con cuidado, dio unos pasos hacia el interior, pero no había nada que ver, salvo la ruina de la casa. Cristales rotos, pedazos de albañilería y unas pocas piezas no identificables de metal sostenían a los sospechosos habituales de una propiedad abandonada: unas pocas latas aplastadas de Special Brew en un par de charcos, revistas pornográficas y un condón polvoriento y usado que se había dividido en el extremo correspondiente.
A sus espaldas, Croad dijo:
—Yo soy el responsable de las cervezas. Con respecto al resto, no tengo nada que ver.
Slim apagó la linterna.
—Aquí no vive nadie —dijo—. Creo que es hora de dejar de hacer turismo y de que alguien me cuente acerca de la naturaleza de ese supuesto chantaje.
Croad sonrió.
—Usted manda. ¿Lo quiere en el coche o fuera de él?
8
Capítulo Ocho
Pocos minutos después se sentaron delante del viejo Marina de Croad, con vasos de café sobre sus regazos. Croad sacó una hoja de papel y se la pasó a Slim, que la dejó sobre sus rodillas mientras leía.