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—Cuéntame, Kay. Créeme, no hay mucho que pueda hacer. ¿Cómo sabe tu contacto que el hombre está muerto?
—Porque dice que él mismo lo mató.
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Capítulo Dos
El hombre que se hacía llamar Ollie Ozgood no parecía un asesino. Con un rostro afable escondido detrás de un fino hilo de barba rubia, recordaba a Slim más un pescador de la Europa Oriental o el tipo de trabajador culto de la construcción que operaba maquinaria pesada en la excavación de un solar. Parecía formado técnicamente, pero no ser lo bastante terriblemente listo como para salir impune de un asesinato. Sin embargo, Slim sabía que las apariencias podían engañar.
Sus ojos fríos escrutaban todos sus movimientos mientras Slim abría tres bolsitas de azúcar y las echaba en un café tan denso que se coagulaba en la cuchara.
—¿Es usted un alcohólico? —dijo Ozgood.
—En recuperación —replicó Slim—. Llevo nueve horas seco. En algún momento hay que empezar, ¿no? No es la primera vez. Estoy acostumbrado.
Ozgood apuntó con la cabeza hacia la taza,