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—Kay me dijo que usted estuvo en el ejército —dijo.
Ozgood asintió.
—Estaba tratando de hacer la típica tontería de tratar de demostrarme que valía algo. Después de un par de experiencias, acepté que la riqueza heredada de mi familia me definía, me gustara o no. Además, no me apetecía que me dispararan. ¿Cómo dicen, que las guerras las libran los pobres para beneficiar a los ricos? Sin ser un esnob, yo entro en la última categoría.
Slim sonrió.
—Y yo en la primera.
Los ojos de Ozgood no abandonaban nunca la cara de Slim.
—Entonces ambos somos víctimas de las circunstancias. Como hermanos… de armas.
—Podríamos serlo si yo hubiera actuado mejor. También fracasé en eso.
La sonrisa de Ozgood era más fría que un viento gélido del mar.
—Prefiero con mucho trabajar con hombres vulnerables. Es más fácil confiar en ellos.
—Son herméticos —dijo Slim.
Miró de nuevo arriba a la casa de campo que se alzaba detrás de él con todo su esplendor. La mansión Ozgood estaba en el punto de encuentro de los dos valles que caían a ambos lados. Construida en medio de veinte acres de jardines, era el tipo de lugar que la mayoría de la gente solo visitaba en los viajes del National Trust. Slim creía que se había delatado al traer su propio café.