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La busqué por toda la casa y no la encontré, la busqué en el jardín, en su habitación y finalmente la encontré en la cocina ayudando a preparar los alimentos. Una cualidad más a su favor.
Era una niña que siempre le gustaba ayudar a los demás. Nunca despreciaba o trataba mal a la empleada. Siempre la ayudaba en sus quehaceres.
La tomé por su brazo, sin decirle ni una sola palabra, y la llevé conmigo.
Camino al cuarto de mi tía, ella me pregunto.
—¿A dónde me llevas?
—Quiero que veas algo.
—¿Qué cosa?
Y de un solo jalón se soltó de mi débil brazo.
—Dime que es lo que quieres que vea.
—A tu madre.
—¿A mi madre?
—Sí, ella está engañando a tu padre. Es una zorra.
—¡Cállate!
Y por poco me golpea por aquella ofensa.
—Míralo por ti mismo y luego juzga. Si de verdad crees que estoy mintiendo.
— ¿Por qué tienes miedo?
—No tengo miedo.
—Entonces vamos.
—Está bien, pero si me estas mintiendo nunca más te ayudaré.
Entramos a la habitación y Carla casi se desmaya al mirar a su madre haciendo el amor con don Nicolás. Quiso gritar, pero sus palabras no salieron, un nudo en su garganta se lo impidió.