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VI
Al siguiente día me llevaron a un internado con el pretexto, según ellos, de mi educación. No era eso. Era una buena forma para deshacerse de mí y al mismo tiempo alejarme de Carla, e impedir que el esposo de mi tía se enterara del secreto.
Me subieron a una camioneta color negro.
Levanté la mirada a su ventana. Tal vez ella estaba detrás de ese vidrio negro mirando mi partida entre lágrimas, despidiéndose desde lejos.
Sentía que me amaba. Tal vez simples ilusiones, sueños despiertos, esperanzas. Una esperanza que necesitaba para mantenerme con vida. Una vida que ya la veía perdida, pero ella era la ilusión, la razón de estar con vida, de volver a verla algún día y besar sus labios otra vez.
Llegamos al internado y no era nada agradable, paredes manchadas, piso deteriorado, un ambiente de tensión que se respiraba en el aire, mallas de cuatro metros y muchos guardias como si hubiesen sido necesarios, dando la apariencia de la cárcel que en realidad era. Una prisión para mis aspiraciones, el encierro de mi alma, de mis sueños, de mi vida, de mi amor.