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Yo odiaba a la directora, pero después de esa golpiza la quería hasta matar, aunque me hizo un favor después de todo, en la enfermería por fin descansé del grupo de Sebastián y pude dormir en una cama, con cobija y una almohada a la que besé imaginando que era Carla.
Al quinto día me dieron de alta.
Me vestí con el uniforme, cogí mi mochila y salí rumbo al salón de clases, pero no había nadie en el lugar, las sillas no fueron desacomodadas, había papeles en el piso y daba la impresión que nadie había entrado ahí. Salí del salón a buscar a mis compañeros y los encontré en los dormitorios.
—¿Qué pasa? Pregunte a la profesora Rosa que lloriqueaba.
—Alguien mató a Sebastián ¡Alguien lo mató!
—La noticia no me impresionó mucho pues yo lo odiaba y también los demás compañeros.
—Ven acá Lorenzo —dijo la directora que se había dado cuenta de mi presencia y que yo sonreía.
Me acerqué a ella y me llevó a jalones a su despacho.
—Tú mataste a Sebastián, ¿verdad?
—No, yo no lo hice— le respondí.
El cuchillo de la cocina estaba clavado en el pecho de Sebastián y como yo lo había tomado hace cinco días atrás, tenía toda la razón de pensar que yo le había arrebatado la vida.