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Pasé años soportando golpizas de media noche y no existía nadie que me hubiese defendido.
Una vez acudí a la directora, pero Sebastián era hijo de un empresario exitoso y muy amigo de doña Josefina, eso me dijeron. Por poco me golpea por levantar el supuesto falso testimonio.
—Solo tengo una regla —me dijo—. Nunca mientas porque si lo haces me encargaré de corregir ese mal hábito.
Lo dijo mientras me mostraba un boyero.
En las noches no me dejaban dormir. Me golpeaban y se burlaban de mí.
Solo un niño miraba desde un rincón. Un niño que al parecer no le interesaba involucrarse en semejante problema. Un niño aislado de todos, tal vez con problemas psicológicos, un niño que conocí y volví a ver.
Éramos niños, pero parecíamos adultos. Sin responsabilidades y llenos de odio. Un odio que te consume y te quema por dentro y que solo lo puede saciar la venganza.
Tuve que buscar otro lugar para descansar.
Necesitaba huir de la pandilla de Sebastián.
Encontré descanso en el baño. Se convirtió en mi refugio.