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A Gabriel Mañana
QUÉDATE EN CASA
Su mentora era vieja, muy vieja. Tal vez tenía la edad del mundo. Ella, la aprendiz, nunca se atrevió a preguntarle su edad porque la mentora tenía un carácter iracundo. No le gustaba hablar y vivía aislada, sin importar que compartían el mismo hogar.
Jamás se atrevió a preguntarle por qué estaban juntas. ¿Cómo la había escogido? Es más, no sabía si tenía nombre. Nunca había escuchado a su mentora mencionarlo. Las pocas veces que le habló, le ordenaba cosas…—Lleva esto, trae lo otro… —pero nunca la llamó por nombre alguno.
Ese día, como siempre, había salido sin decir nada, pero ella se dio cuenta por primera vez de que su mentora estaba muy encorvada, más de lo usual. Se preocupó un poco, pero sabía que no podía abrir su boca sin autorización, así que dejó en sus pensamientos lo que vio. Hizo lo que siempre tenía que hacer. Meditar era la orden, preparar su mente para que estuviera en blanco, y sobre todo olvidar.
Su principal tarea diaria era evitar recuerdos.