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Shelly lanzó una retahíla de juramentos a Croad, pero dio un pequeño paso atrás y dio un pequeño empujón a algo oculto bajo el toldo con un zapato sucio y desgastado.
Una pequeña cruz de madera.
—Mi chico está ahí —dijo—. Aquí conmigo, como debe ser. Donde nadie más pueda hacerle daño. Ahora iros y no volváis.
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Capítulo Doce
Slim estaba demasiado traumatizado por la visita a Shelly como para hablar mientras Croad conducía de vuelta a la casa. Había demasiadas cosas que no olvidaría: los ojos salvajes de la mujer, el muñeco destrozado y la pequeña cruz, rodeada por una cadena de margaritas que podía haber hecho un niño.
—¿Ha tenido bastante por hoy? —preguntó Croad mientras se apeaba—. ¿Ha conseguido suficiente de ella? ¿Cree que lo está escondiendo?
Slim se limitó a encogerse de hombros. Dijo adiós con la cabeza a Croad, luego subió y entró, sintiéndose aliviado mientras el coche se iba.
Por primera vez en un par de días tenía un ansia desesperada de beber y se sentó a la mesa con la cabeza entre las manos, esperando que se pasara esa sensación.