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—Cuidado con eso —dijo Croad, mientras Slim casi tropieza con un cable eléctrico oculto entre la hierba—. Uno de los fariseos locales del pueblo lo electrificó.

Slim frunció el ceño, con varias preguntas en la punta de la lengua, pero Croad siguió adelante. Slim, deseando haberse puesto pantalones impermeables, eligió con más cuidado su camino al seguirlo.

Unos pasos más Adelante, Croad se detuvo.

—Aquí estamos —dijo—. Huele como si estuviera cocinando. Eso significa que está en casa.

Slim observó. El campo descendía hacia un pequeño arroyo. A medio camino, aparecía una pequeña lona verde sobre la hierba, apoyada en unos postes desordenados, algunos de los cuales habían rasgado el plástico y habían sido reparados con cinta americana. A medida que se acercaba, Slim vio una pieza de madera vieja todavía con clavos curvos y oxidados, mientras que otra era en realidad parte de una rama baja de un árbol que se levantaba y bajaba con el susurro del viento.

Croad se detuvo más adelante. Se volvió a Slim con una sonrisa desdentada en su cara.

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